Principado de Asturias, España.
 Diciembre de 2006
Lexa
   Desde que tengo uso de razón siempre había sido lo mismo: 
―Lexa, tienes una importante misión después de que yo parta de este mundo y me una al Creador......
   Nací para suplantarlo, a mi abuelo. Horace Tramell. Cuando él se uniera al Creador, como le gustaba decir, yo pasaría a ser la cabeza de la familia y Lady Comandante de
 la Armada Real, no me daba tedio, no me ponía nerviosa tener ese cargo 
tan importante y oculto de la sociedad. Mi familia ha protegido a La 
Realeza desde el principio de los tiempos, yo seré una Comandante más. 
   Dentro de mi familia 
no importaba si eras hombre o mujer ni siquiera en otras épocas cuando 
era el hombre el que debía ocuparse de ciertos menesteres mientras la 
esposa se quedaba en casa, a los Tramell nunca les importó si las 
féminas de la familia tomaban otro trabajo, compartían los deberes como 
familia que eran y por ello en aquellas épocas los consideraban raros. 
Se habían adelantado en muchos aspectos diría yo.
   Miré por la 
ventanilla del coche, no había parado de llover desde que bajé del avión
 y habían pronosticado una fuerte nevada para el día siguiente.
   A mi mente acudió un 
recuerdo de cuando tenía siete años, era 1995 y nos encontrábamos en 
Hamburgo, Alemania, hacía una mañana como esta. El abuelo me llevó 
consigo a la casa de los Zarasúa, quienes formaban parte de nuestra Realeza; cuando llegamos el 
abuelo me dejó en la sala de estar mientras él iba a reunirse con el 
Señor de la casa. Curioseé cada esquina y cada objeto que allí había 
hasta que ella entró.
―Perteneció a mi bisabuelo Daniel―dijo
 con una vocecita cantarina, yo, que estaba viendo un jarrón en ese 
momento, me volví. La niña que había hablado era más o menos de mi edad,
 tenía el cabello suelto, rubio y llevaba un vestido color negro, sus 
ojos eran muy azules, una sonrisa dulce se dibujó en sus labios―. ¿Eres la nieta de Horace Tramell?
―Sí, me llamo Lexa, ¿y tú?―pregunté acercándome.
―Es un placer, soy Lucrecia. ¿Jugarías conmigo mientras mi padre y tu abuelo hablan?
   Era agradable. En aquel entonces lo era.
   De regreso a 
nuestra casa escuché al abuelo hablar por teléfono con alguien sobre un 
incendio en un instituto, debían investigar qué había pasado allí, 
cubrir el asunto en las noticias con una información falsa y buscar a 
dos niñas que posiblemente habían salido ilesas. Cosas de adultos.
   Cuando terminó y colgó me miró con sus ojos café, sonrió antes de preguntar:
―¿Te divertiste con la señorita Lucrecia?
―Mucho, abuelo―sonreí.
   El rostro de mi abuelo se ensombreció.
―Me alegra que la 
hayas conocido ahora, más adelante deberás rendirle cuentas a ella o a 
su hermano, dependiendo de quién tome el trono.
   Para sorpresa de 
todos fue Lucrecia quien ascendió a una edad muy corta. Quince años, 
hacía tan sólo tres años que fue nombrada Cabeza de la familia y Reina 
Terrana, las personas a las que veía detrás del cristal corriendo bajo 
la lluvia ni siquiera sabían que tenían una Reina, la Monarquía Europea y
 todo gobierno le rendía pleitesía a esa adolescente que nada tenía qué 
ver con la niña a la que conocí. Con el tiempo entendí a qué se debía su
 cambio y agradecí que mi familia no hiciera ese tipo de cosas. 
Servíamos a los Zarasúa, eramos el brazo armado de la Élite Terrana, 
pero no compartíamos algunas de sus oscuras tradiciones-no podía 
llamarlo de otra forma-, por el bien de la humanidad.
   Bajé del coche cuando
 el chófer abrió la puerta, Octavia, mi Segunda, me esperaba con un 
paraguas para resguardarme de la lluvia. La morena me dio un fuerte 
abrazo al cual correspondí.
―¡Qué alegría verte, pequeña!―exclamó.
―Le dijo el asno al conejo―reí.
   Octavia hizo una mueca fingiendo disgusto. Cogí su mano y besé el reverso mientras entrábamos a la mansión.
―¿Cómo está?―le pregunté al pie de la escalera.
―Muy delicado, cariño, te mandó llamar porque es momento de....
―Ya―susurré―. Antes de subir tengo que ir a su estudio a verificar algo.
―No te metas en líos, Lexa, déjalo así―aconsejó Octavia.
―Sólo quiero ver un archivo de su ordenador personal, soy un ángel, Octopus.―Me
 piré en cuanto la llamé así, pero pude escucharla gritar que dejara ya 
el maldito apodo, y que le dijera dónde había comprado el vestido verde 
esmeralda que tenía puesto.
   Me
 senté en la silla de detrás del escritorio riendo por la reacción de mi
 amada Octavia, poco antes de que pudiera encender el ordenador ella entró.
―Tengo una engrapadora y te juro por Dios que no temo usarla, Octavia―le advertí muy seria con la engrapadora en la mano.
―Justo acaba de llegar detrás de ti―dijo evitando seguirme el juego, bajé mi arma.
―¿Quién?―pregunté.
―¿Me extrañaste?
Me levanté al ver a Lucrecia entrar sonriente.
―Retírate, Octavia―llegó ordenando.
―Octavia se queda, Excelencia. ¿Qué desea?
―Cuando doy una orden espero que se acate―replicó con voz suave la rubia―. Retírate―le repitió a Octavia.
―Si 
vienes en calidad de Dueña y Señora mía te dejo claro que Octavia es mi 
Segunda, cualquier cosa que vengas a ordenar ella debe escucharla 
también―solté enfrentándola. Tal vez era la única que se atrevía a hacerlo, Lucrecia podía tener cara de ángel pero era el diablo.
   Se sentó sin yo haberla invitado, Octavia se situó a mi derecha detrás del escritorio. Con ella de pie a mi lado me senté.
―En vista de que tu abuelo se está muriendo y el liderazgo de la Armada recae en ti necesito que hagas un trabajo.―Crucé las piernas,  Lucrecia prosiguió―: Se supone que no debo hacer esto en persona, pero eres tú, mi mascota favorita.
―Vete a la mierda―susurré.
―Cuidadito, Lexa―su tono de voz fue dulce pero amenazante―.
 Tu abuelo ya llevaba adelantada una investigación, Viktor Strauss ha 
estado jugando sin nuestro permiso y ha tenido ayuda de Illian Vesper, 
por suerte no han adelantado nada, han fallado en sus intenciones. Pero 
quiero muerto a Vesper porque nos está dando problemas, ha actuado por 
su cuenta buscando una cura para su hijo enfermo o algo así―dijo
 importándole muy poco el dolor que uno de sus trabajadores estaba 
viviendo por la enfermedad de su pequeño, mi abuelo conocía al Señor 
Vesper, yo sabía muy bien la pesadilla que ha tenido que pasar, la gente
 para la que trabajaba no le había brindado ayuda, y tenían los recursos
 para hacerlo―. Se ha salido de control―continuó―, hay muertes y desapariciones que no tienen mi permiso de ser, la gente empezará a preguntarse qué está pasando.
―Me sorprende que te preocupe eso, basta con que les pongan algo nuevo en la cajita que atonta y ya está, olvidarán el asunto.
―No es esa gente la que me preocupa, sabes de qué hablo.―Lucrecia se arregló el anillo que llevaba en el dedo anular de la mano derecha y añadió―: Con Viktor me las arreglo después.
   Eso
 significaba que le daría largas a Viktor, dejaría que pensara que las 
Altas Esferas no sabían nada de su mala conducta. Actuar a espaldas de 
la Élite estaba penado y era el deber de mi familia llevar a cabo la 
ejecución.
―¿Se te ofrece algo más o ya dejaste de joder?―soltó Octavia.
―Creo que debo empezar a apretar la correa de algunos de mis vasallos, por no decir otra cosa―sonrió Lucrecia―. Por cierto, Lex, no nos habíamos visto desde mi coronación. Siento mucho lo que le pasó a tu abuelo, un accidente así.....
―Ahórratelo.
―Intento ser compasiva.
―Sigue practicando―susurré―. Si ya no hay nada más que tenga para decir, Excelencia, le ruego que se marche.
   Lucrecia se puso de 
pie dispuesta a hacerlo, nos miró a Octavia y a mí, sonrió una última 
vez antes de emprender el camino hacia la puerta. Esperé a que la 
cerrara al salir para soltar la mano de Octavia, la tuve cogida todo el 
rato para evitar que ella se le fuera encima y para controlarme yo.
―No puedo creer que en un tiempo ustedes dos hayan sido amigas―comentó sentándose al borde del escritorio.
―La conocí cuando su familia no había intervenido su personalidad―contesté con los dedos en el puente de la nariz y los ojos cerrados.
―Lexa.....
―No preguntes, no digo, Octavia―la interrumpí citando a mi abuelo―. Deberías seguir el consejo que vives repitiéndome. Tú misma me has dicho que no me meta en líos.
―¿Y desde cuando me haces caso?―sonrió, pero pronto esa linda sonrisa fue suplantada por una expresión melancólica―. A veces me pregunto si estamos del lado correcto.  
―Pues no lo hagas, servimos a Dios, deberíamos estar orgullosas del lugar que tenemos en la historia.
―Deberíamos,
 pero hay instantes en que no siento tal orgullo, tú también has 
cuestionado a la gente que servimos. Y no me malinterpretes porque estoy
 agradecida por la acogida que me han dado dentro de la Armada Real, por
 lo bueno que es tu abuelo y que fueron tus padres conmigo, sin embargo 
hay algo que no me cuadra en todo esto, y sólo tú tendrás todas las 
respuestas cuando tomes el lugar de Horace, tengo un mal presentimiento,
 Lexa. Dime que no sientes igual.
   Suspiré, y evité contestar. No hacía falta que lo hiciera porque Octavia me conocía al derecho y al revés.
   Salí del estudio 
rumbo a la habitación de mi abuelo, por ese día había cambiado de 
opinión sobre buscar la información que me interesaba y que sólo podía 
encontrar en sus archivos, tenía prohibido tocarlos a menos que él me 
diera permiso o yo me convirtiera en Comandante, tenía prohibido el 
acceso a cierto tipo de conocimiento y me quedaba con lo que Horace 
estaba dispuesto a enseñarme.
  "No preguntes, no digo".
  Cerré la puerta 
después de entrar, su enfermera me saludó con una sonrisa, estaba 
sentada en una silla al pie de su cama, nada más yo entrar se levantó y 
me dejó a solas con mi abuelo que intentó incorporarse al verme, ya no 
estaba conectado a todos esos aparatos como cuando lo trajeron a casa. 
Me senté al borde de su cama diciéndole que no se moviera mucho, el 
accidente de coche que sufrió hace un par de meses lo había dejado muy 
mal. No podía caminar, y al principio ni siquiera se acordaba de mí.
―Qué hermosa eres, Alexandra―fueron sus primeras palabras―. Me encanta que me miren esos preciosos ojos verdes que heredaste de tu madre.
―Te extrañé, abuelo―besé su frente―, no me volveré a ir, cuidaré de ti....
―¿Lo que me queda de vida?―inquirió riéndose.
―¡Por favor, Horace!―exclamé, no entendía cómo todavía podía bromear.
―No tengo 
miedo, Lexa―confesó, cogí sus manos entre las mías porque sentía que sí 
tenía miedo, no sabía si era por dejarme sola o había otra razón. 
   Su rostro era 
limpio, sin rastro de barba, su pelo negro tenía un brillo color plata a
 los lados, las arrugas eran prueba del paso del tiempo por su ser.
―Dicen que hay un lugar mejor más allá, el Creador te espera―ironicé.
―Ay, pequeña, 
cuando seas la nueva Comandante leerás, escucharás y verás cosas que 
cambiarán todo, tendrás que elegir si seguir adelante con lo que hemos 
venido haciendo o darle la vuelta. Nuestros antepasados no lo hicieron 
porque se dejaron consumir por el amor al poder, yo he sido el primero 
que ha intentado hacer lo correcto porque sé que esto que hacemos no lo 
es.―Se sentía como yo―.
 Ojalá hubiese hecho las cosas mejor, que no tuvieras que llevar la 
carga que conlleva ser una Tramell. Te he protegido lo mejor que he 
podido. Cambiamos la historia siempre que es conveniente para la gente a
 la que servimos, manipulamos, cuidamos los intereses de gente poderosa 
para no tener que pasar penalidades en una próxima vida y vivir mejor 
que otros que se han resistido al Sistema...
―Abuelo, ¿de qué hablas?
―Cuando seas 
Comandante lo entenderás, pero te prevengo, no te pierdas en este 
camino, Lexa. Es un mal sueño, una pesadilla, pronto verás todo como 
realmente es, tienes que despertar....
   Con esas palabras lo vi cerrar sus ojos, sentí la mano de Octavia posarse en mi hombro.
  Las lágrimas que 
derramé ese día fueron las últimas, me lo prometí. Y durante el funeral 
privado dos días después mantuve la cara en alto, sólo Octavia me 
acompañaba porque pedí como favor a las Altas Esferas que me permitieran
 despedirme de mi abuelo a solas, prescindiría de la presencia de Su 
Eminencia y demás miembros fundadores de la Élite humana. Los Sabios.
   Apenas tomé el cargo fui a Rusia y cumplí con la orden que Lucrecia me había dado. Illian Vesper, su esposa e hijo fueron masacrados por mis hombres, 
sabía que faltaba alguien más en esa casa porque el señor Vesper tenía 
una hija mayor a la que empecé a seguirle la pista después de que se 
escapó de la policía y de la supuesta seguridad que Viktor Strauss 
le brindaría. La chica fue inteligente y huyó, yo es que tampoco puse 
demasiado interés en encontrarla cuando se me ordenó buscarla, si lo 
hacía ella moriría y ya había hecho demasiado mal quitándole a su 
familia.
   Empecé a montar el 
teatro de buena súbdita mientras que a espaldas del resto y con la ayuda
 de Octavia nos abocamos a decodificar los archivos de Horace Tramell; 
los dos primeros eran vídeos que nos dejaron pasmadas, y días después de
 verlos se me dijo que debía concentrar mi atención en la búsqueda de 
dos personas, mi abuelo tuvo ese trabajo y no había dado con ninguna de 
las dos, ¿qué tanto podía hacer yo? Apenas y sí tenían una foto de una 
de ellas, una foto.
  
¿Y la razón que los llevaba a quererlas? Inmortalidad.
 

 
Primero que todo gracias por invitarme a tu nuevo espacio, y como siempre te leo con gusto en esta nueva historia que tiene de otras como has dicho en la entrada anterior, así que esos detalles mencionados los conozco :)
ResponderEliminarBesos dulces Ivel y dulce fin de semana.
Hay muchos guiños a esas otras historias, ya verás, y algunas cosas que no se tocaron o nombraron mucho en esas otras historias, así que usando términos de comics a esto se le podría llamar "otra ruta" :)
Eliminar¡Gracias por pasarte, Poeta!
Besos, y bonito fin de semana ;)
No conocía este espacio y me he leído ambas entradas. Sé que tienes capacidad para esto y más, y, aunque yo soy mujer de silencios eso no significa que no escuche lo que hay a mi alrededor o más allá.
ResponderEliminarConozco está serie aunque no la sigo pero sé que harás un buen trabajo porque, como digo, tienes capacidad para ello.
Mucha suerte en este nuevo proyecto y que sigas maravillado a quienes te leemos o seguimos.
Besos.
Te me has adelantado jaja Y me alegra que lo hayas hecho, que bueno tenerte por aquí, sea en silencios como no, siempre serás bienvenida, Mi Azul :)
EliminarBesos, y muchos cariños❤
Entré en la historia, cuidando de no ponerme de parte de un personaje. Por lo menos no al principio. Sobre todo cuando apareció Lucrecia. Sabía que un pedido de ella no podía ser bueno. Y resultó en la masacre de la familia de Faye.
ResponderEliminar¿Así Lucrecia no siempre fue malvadad? Que interesante.
Besos.
Generalmente hago lo mismo cuando empiezo a leer una historia, el no ponerme de parte de nadie, incluso cuando escribo pese a que los personajes son míos ajaja
EliminarLucrecia fue quien dio la orden de eliminar a la familia de Faye, sí, después de discutirlo con los demás Sabios. Cuando era niña no había maldad en ella, pero considerando el nido de víboras donde nació dio como resultado a alguien un poquito perversa por no decir muuy jaja :)
Besicos, estimado amigo!!!